domingo, 22 de mayo de 2011

Resumen: Marcuse, Razón y revolución (Introducción)

H. Marcuse, Razón y revolución, Madrid, Alianza,1971. Introducción, pp.9-33.

Versión de Rodrigo Gastón García

“Nunca (…) había sido percibido que la existencia
del hombre se centra en su cabeza, es decir,
en el pensamiento, por cuya inspiración
construye el hombre el mundo de la realidad.”

La Revolución Francesa, además de sustituir un sistema político-económico feudal y sustituirlo por uno dirigido por la burguesía (el ciudadano), declaró la posibilidad –por primera vez en Europa– del hombre para emanciparse de autoridades externas y organizar una nueva sociedad a partir de la razón, como lo intentaron las ideas ilustradas. La industria fue un punto importante en donde se apoyaron los teóricos de la Ilustración, pues ésta parecía otorgarle al ser humano infinitas posibilidades de producción, y de esta manera “el proceso económico aparecía como el fundamento de la razón.” El dominio de la razón significaba a la vez la liberación de la industria.

Hegel retoma el concepto de razón –central en su filosofía– de la Revolución Francesa, pero se vuelve hacia su propia realidad, la alemana, cuyo desarrollo material estaba muy por detrás del de Francia, aun cuando sucedía todo lo contrario con las ideas. Es por esto que Hegel pretende ordenar dicha realidad mediante la razón, pues es el pensamiento lo que permite al hombre reconocer no sólo sus propias potencialidades, sino también las de su sociedad. Así pues “lo que el hombre piensa que es verdadero, justo y bueno tiene que ser realizado en la organización real de su vida individual y social.”

Sin embargo, lo que es considerado justo o verdadero varía de individuo en individuo, y en dicha ambigüedad no puede organizarse una sociedad hacia metas comunes. Esto no es para Hegel –a diferencia de Kant– irremediable, puesto que como la razón del hombre le permite reconocer las potencialidades de su realidad, así también le permite hallar conceptos y normas universales; ideales válidos para la humanidad entera en su movimiento hacia la libertad, que se logrará cuando la realidad devenga sí misma (para sí). Esta capacidad inherente –la racionalidad– al ser humano se debe a su condición de sujeto, que a diferencia del objeto-sujeto como la piedra o la planta, le permite percatarse de sus determinaciones, es decir, que tiene conciencia de sí –tanto de lo que es como de lo que puede ser; en otras palabras, el ser humano puede alcanzar la autoconciencia. Y en la medida en que lo logra, es libre.

Así, la historia de la humanidad es un devenir progresivo, “una continua lucha para adaptar al mundo a las crecientes potencialidades de la humanidad”, cuyo fin último es la realización de la libertad, pues lo real es sólo aquello que concuerde con la razón universal. En un principio, Hegel proponía la desaparición del Estado, pues como máquina de dominación inhibía la libertad del ser humano al tratarlo como un mero engranaje de sí misma, pero a medida en que el sistema hegeliano se va constituyendo, sus planteamientos más radicales se van atenuando, quizás porque su propia sociedad liberal se lo exige.

El idealismo alemán “rescató” a la razón como ordenadora de la sociedad del empirismo inglés (Locke, Hobbes, Hume), el cual proponía que la razón estaba limitada por la costumbre o la tradición, pues son éstas lo que determina al ser humano. La consecuencia del empirismo –funesta desde la perspectiva hegeliana– es el conformismo: como el ser humano se constituye a partir de los “hechos dados”, de la realidad en que vive, la razón se pliega –queriéndolo o no– a la costumbre, cancelando toda posibilidad de emplear la razón para ordenar la sociedad, y con ella los hábitos mismos. Y esto es justamente lo que Hegel postula en su filosofía: que el Espíritu, la historia de la razón, se realiza en la libertad y la verdad, que se alcanzan cuando la realidad es, de hecho, todo aquello que puede ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario