jueves, 24 de febrero de 2011

23.02 Hegel. La percepción

Resumen de Rodrigo Gastón

Durante esta clase se expuso, a partir de lo que revisamos en el prólogo del libro, el segundo capítulo de la Fenomenología, en el cual Hegel desarrolla el proceso de la percepción del ser humano y la importancia de ésta en la obtención del conocimiento, es decir, de la esencia de las cosas.

Iniciamos aclarando la diferencia entre dos conceptos: esencia y sustancia.
Sobre la primera se dijo que clásicamente es definida como aquello que hace que la cosa sea lo que es; así, por ejemplo, la esencia del ser humano es su humanidad.
La sustancia hace referencia, en cambio, a lo que existe, aquello que es.

Para empezar a abordar los planteamientos del autor sobre la percepción, se señalaron los divergentes conceptos del Yo en Hegel y en Descartes –quienes guardan sin embargo, como buenos idealistas, ciertas semejanzas. El Yo cartesiano, puesto que es constituido a partir de la certeza del pensamiento a través de la duda de la realidad externa, queda en soledad, definido a partir de sí mismo (Cogito, ergo sum); a diferencia del Yo hegeliano, que se constituye, o más bien se conoce, a partir de los otros, o lo otro; siendo este ser sí mismo como otro una tesis fundamental.


Retomando lo que habíamos revisado anteriormente sobre la aparente inmediatez de las intuiciones –las cuales son más bien mediatas, pues incluso las intuiciones más “seguras” atraviesan un momento de negación o negatividad: el “yo estoy aquí y ahora” pasan en realidad por un “yo no estoy allá, ni más allá, ni entonces”, para volver después hacia sí mismas– nos adentramos en el concepto de percepción. Podemos entender por percibir una adquisición de la verdad (el término alemán wahrnehmen, equivalente a la voz castellana "percepción", se traduciría literalmente como “tomar lo verdadero“). Sin embargo, ante la pregunta por la verdad de nuestras opiniones, creencias y pensamientos –derivadas de nuestra percepción–, a la cual se respondió negativamente (es decir, que nuestra percepción no es siempre verdadera, que no capta la esencia de las cosas), se hizo necesario un criterio que nos permitiera determinar cuándo una cierta percepción es verdadera. Para ello se identificó el sujeto como percipiente y el objeto como percibido, el cual podría en teoría ser percibido de dos formas diferentes:
  • El objeto percibido en sí; en su esencia, es decir, su verdad.
  • El objeto percibido para la conciencia; una especie de para mí, pues la esencia del objeto es cognoscible solamente mediante la conciencia y no directamente.
Así pues, la verdad se descubre solamente cuando lo percibido del objeto “para mí” coincide con el “en sí” del mismo, transformándose este “para mí” en un "para sí": la esencia última del objeto, un conocimiento exotérico, accesible para cualquier razón humana.

Sin embargo, aún no quedaba clara la importancia del momento negativo en el proceso de “toma de la verdad”, por lo que fue necesario indicar que la esencia del objeto, este “en sí”, es percibido como una unidad, que existe a partir de la conjunción de las características del objeto mismo en uno; la mesa (ejemplo usado en clase) es sólida, pero también lisa, y también tiene un peso determinado. De esta forma lo también se vuelve el medio en el cual aparece la unidad, conformada por varias características que se trascienden al integrarse en uno, o sea, el objeto (la cosa). Este “uno” es entonces la unidad, mientras sus “características” –que son nada más y nada menos que sus propias determinaciones; su “para sí”– componen lo universal. Pero existen determinaciones adicionales a las características de la cosa, y éstas son las otras cosas, como otras unidades: la mesa, además de ser tal por las características mencionadas, es mesa porque no es silla, ni pizarrón, ni América Latina (cabe decir).

De esta forma un momento necesario pero no esencial –y de hecho, inesencial– en la determinación del ser de la cosa es el no ser de ella; es el momento negativo, este ser sí mismo como otro.

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