lunes, 7 de marzo de 2011

Resumen: Hegel, Fenomenología (117-120)

Hegel, Fenomenología del espíritu, Cap.IV, A.3. pp.117-120
Resumen de Darío Cruz


3. El señor y el siervo

El señor es la conciencia que es para sí, es decir, una mediación consigo misma a través de otra conciencia: el siervo, una conciencia cuya esencia pertenece al ser independiente (el señor). Así pues, el señor se relaciona con dos momentos: el primero con una cosa (el objeto de deseo) y segundo con otra conciencia. El señor, como autoconciencia, es relación mediata del ser para sí y como ser para sí que sólo es para sí por medio de otra autoconciencia. El señor se relaciona con el siervo de un modo mediato, a través del ser independiente (autónomo), pues a esto precisamente es a lo que se halla sujeto el siervo.

Por otro lado, la potencia del siervo es el señor, es decir, el señor se encuentra arriba del siervo que ha demostrado ser negativo en la lucha; asimismo, el siervo se encontrará debajo del primero. De esta forma, el señor se relaciona con la cosa de un modo mediato, por medio del siervo. En consecuencia, el siervo se relaciona con la cosa (como autoconciencia) lográndola superar; sin embargo, al poseer independencia (autonomía) propia, la cosa no puede ser destruida, solamente, transformada. Por el contrario, a través de esta mediación, la relación inmediata se convierte en la pura negación de la misma o en el goce para el señor; así lo que la apetencia no logra, lo logra él: acabar con aquello y encontrar satisfacción en el goce. No obstante, el señor, al intercalar al siervo entre la cosa y él, ha propiciado una dependencia hacia la cosa y sólo gozarla puramente; así pues, restringe el lado de la independencia de la cosa al siervo, quien la transforma.


A partir de estos dos momentos, para el señor deviene el reconocimiento por medio de otra conciencia; en ninguno de los dos momentos puede dicha otra conciencia señorear el ser y llegar a la negación absoluta. El reconocimiento en que la otra conciencia se supera como ser para sí, haciendo ella misma de este modo lo que la primera hace en contra de ella. Y otro tanto ocurre con el otro momento, pues lo que hace el siervo es un acto del señor; solamente para éste es el ser para sí, la esencia. Pero para el reconocimiento en sentido estricto, falta otro momento: cuando lo que el señor hace contra el otro lo hace también contra sí mismo y lo que el siervo hace contra sí lo haga también contra el otro.

Para el señor, la conciencia no esencial es el objeto que constituye la verdad de la certeza de sí mismo. Pero se ve que este objeto no corresponde a su concepto, sino que en aquello en que el señor se ha realizado plenamente deviene para él algo totalmente otro que una conciencia independiente. La verdad de la conciencia independiente es la conciencia servil. Retornará así como conciencia repelida sobre sí misma y se convertirá en verdadera conciencia.

El temor

La servidumbre es autoconciencia. Para ésta, el señor es la esencia, por lo que la verdad es la conciencia independiente y que es para sí, pero esta verdad para ella no es todavía en ella. Esta conciencia se ha sentido angustiada por su esencia entera pues ha sentido miedo de la muerte, del señor absoluto. Pero la fluidificación absoluta de toda subsistencia es la esencia simple de la autoconciencia, la absoluta negatividad, el puro ser para sí, que es así en esta conciencia. Aquella conciencia no es solamente esta disolución universal en general sino que en el servir la lleva a efecto realmente; al hacerlo, supera en todos los momentos singulares su supeditación a la existencia natural y la elimina por medio del trabajo.


La formación cultural

Aunque el miedo al señor es el comienzo de la sabiduría, la conciencia es en esto para ella misma y no el ser para sí. Pero a través del trabajo, llega a sí misma.
Esta satisfacción es, precisamente por ello, algo que tiende a desaparecer, pues le falta el lado objetivo o la subsistencia. El trabajo es deseo reprimido, desaparición contendía, el trabajo formativo. Ante el trabajador el objeto tiene independencia. La conciencia que trabaja llega, pues, de este modo a la intuición del ser independiente como de sí misma.

La formación no tiene solamente una significación positiva, ya que la conciencia servidora se convierte; una significación negativa con respecto a su primer momento, la propia negatividad, su ser para sí, sólo se convierte para ella en objeto en cuanto supera la forma contrapuesta que es. De esta manera, este algo objetivamente negativo es precisamente la esencia extraña ante la que temblaba. En el señor, el ser para sí es para ella un otro; en el temor, el ser para sí es en ella misma, el ser para sí deviene como su propio ser para ella y se revela a la conciencia como es ella misma en y para sí. Por tanto, por medio de este reencontrase por sí misma sentido propio en que sólo parecía ser un sentido extraño.

Si la conciencia se forma sin pasar por el temor primario absoluto, sólo es en un sentido vano, pues su negatividad no es la negatividad en sí, por lo cual su formarse no podrá darle la conciencia de sí como de la esencia. La pura forma no puede devenir esencia, tampoco considerada como expansión más allá de lo singular, puede ser formación universal, concepto absoluto, sino una habilidad capaz de ejercerse sólo sobre algo, pero no sobre la potencia universal y la esencia objetiva total.

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